martes, febrero 10, 2004

Me encabrona esta tristeza

La primera brisa
Los vientos y las voces de la otra orilla son los culpables. Soy feliz en la ignorancia, aunque le pese a Platón. Lourdes escribió solo para levantar mi caparazón, y aquí estoy, sumergida en la saudade.
Lo vi, dice, y tuve la misma impresión. Le haces falta, tanto como él a ti. Siempre te lo digo, se robaron un poquito de felicidad.

A veces me gustaba pensar que estaba tan jodido como yo, que esa imagen clónica de mi tristeza era real.

La tormenta
Tavo anda de vacaciones en estas tierras, pasó por aquí, y me preguntó: ¿por qué lo dejaron? Dice que fue una decisión unilateral, la tuya.
Antes de volver a respirar ya estaba encabronada.
Claro que fue unilateral, como unilateral fue su engaño, no me refiero a la “infidelidad”, cada uno había tenido sus más y sus menos.
No sabría como explicarlo, nunca lo aprehendí lo suficiente. Sólo sentí que nuestro vínculo más íntimo estaba roto. Después me dediqué a tejer telarañas, un revés de recuerdo y un derecho de tristeza. Pensar en él era paranoico. Un día me descubrí limpiándome los ojos, ni siquiera podía leer, ese día solté el otro lado de la cuerda, y huí. Cielo, mar, tierra, otro amor y mi maternidad, como obstáculos.
Sin embargo, el eco de sus pasos aún me niegan un marchito y trémulo adiós.
La vida es una historia que no tiene explicación.

De ahí esta tristeza tan cabrona, tan encabronante.