Me pregunta:
-Entre las jotas y el flamenco qué prefieres.
Le digo, el flamenco.
-¿por qué?
Y tímida le contesto, porque ha roto con lo gregario, recuperado la pasión y el espacio.
Se lleva las manos a la cabeza, se da la vuelta, se aleja, agita la cabeza y va susurrando.
--Lo que hay que oír por no ser sordo.
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