A propósito de Cortázar.
Me gustaría poner el capítulo 7 de Rayuela, pero no tengo el libro. Mis libros están en una biblioteca pública de Iztapalapa o Azcapotzalco, no lo recuerdo. Hace un año, Teresa me llamó y me dijo.
--Oye, qué hago con tus libros, necesito el espacio. Ya intenté enviártelos y no hay manera.
Era cierto, hace dos años traté de enviarlos por barco pero era un desmadre hacerlo, según entendí, después del once de septiembre las medidas aduaneras y de mensajería se extremaron.
--Mira si llamas a la SEP y dices que eres donante de libros, vienen por ellos.
Ahí en caliente me decidí, no sin malestar, ya que tenía algunos libros comprados en algún viaje, libros con alguna dedicatoria del autor, libros de ex novios, también con dedicatoria. Una colección de libros de música que editó el COLMEX y que me regaló Angeles. Tenía mis libros de Marx para jóvenes, regalo de mis tías cuando tenía trece años, etc, etc.
De Cortázar no sobrevieron a mis mudanzas, ni la maga, ni famas, ni cronopios sino la Prosa del Observatorio.
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Prosa del Observatorio. Julio Cortázar.
Todavía no hemos aprendido a hacer el amor, a respirar el polen de la vida, a despojar a la muerte de su traje de culpas y de deudas; todavia hay muchas guerras por dentae, Acteón, los colmillos volverán a clavarse en tus muslos, en tu sexo, en tu garganta; todavía no hemos hallado el ritmo de la serpietne negra, estamos en la mera piel del mundo y del hombre. Ahí, no lejos, las anguilas laten su inmenso pulso, su planetario giro, todo espera el ingreso en una danza que ninguna Isadora danzo unca en este lado del mundo, el tercer mundo global del hombre sin orillas, chapoteador de historia, víspera de sí mismo.
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