martes, marzo 16, 2004

Utopía muda

Subo al vagón, es hora de multitudes; el metro avanza, recorre estaciones, en cada una se dan múltiples historias. Una voz sorpresivas anuncia la próxima estación: ¿cuál?, ¿quién pregunto? ¿acaso siempre es necesario que alguien anuncie nuestro destino?. Las personas gesticulan, algunas transpiran palabras, unas sucias, otras disfrazadas por el desconcierto y la costumbre. Observo y un estribillo resuena en mi interior: lo verdaderamente utópico de la utopía es ella misma, es la tensión entre el ideal y la realidad pero antes que la frase se haga hábito vicioso en la incomprensión, un llamado de atención me distrae. Una mujer le dice a su hijo:
---Niño, deja de soñar, por qué no te contentas con lo que puedes ver y tocar, ¿por qué soñar con lo que no existe? y mientras lo decía, empañaba el rostro del niño con vaho que vela toda ilusión. Todo esto porque el niño miraba su imagen reflejada en los vidrios de la puesta, describiéndose, para él. El niño, después del regaño materno se mira de reojo; cautivado, a punto de caer, nuevamente, en la tentación de describirse; pero cómo compartir con su madre esa necesidad de explicar lo inexplicado, cómo hacerle entender otra descripción, que lo le haga sentirse ajena. una historia diferente a la aprendida y contada. El niño es el habitante de su utopía; con ello, la madre se muestra descontenta, las metáforas de voluntad rebasan lo presentado por él