miércoles, julio 07, 2004

Ya no hay derecho, ya no hay revés.

En el mercado del pueblo hay un establecimiento dedicado a la costura, (la costura de todos los días, esa de dobladillos, botones sueltos y cremalleras) es como un armario (clóset) tiene dos por dos metros, una de las medias paredes hace de mesa, ahí está colocada la máquina de coser, pequeña, muy moderna. Detrás del costurero está la ropa colgada, esperando su turno para ser remendada.

El negocio lo lleva un matrimonio, ella en las mañanas, él en las tardes. No les conozco la cara, casi siempre están inclinados, siguiendo el curso de la costura, o chupado la punta de un hilo para pasarlo por el ojo de la aguja. Sí, ese sería el momento de mirarlos, pero ese gesto siempre me ha llamado la atención, aun cuando lo hago yo.
Alguna vez mi amiga Paqui y yo pensamos en llevar nuestra ropa ahí. Si, es pereza pero más el fastidio de habernos dedicado a la costura para mantener nuestros estudios.

Francisca, trabajaba en una fábrica de costurera; empezó a estudiar casi a los treinta años, estudiaba por las noches, hizo un raquítico ahorro y decidió estudiar enfermería; desde hace dos años tiene un contrato fijo en el hospital de La paz. ,
Yo, cuando era adolescente hacia ropa, casi siempre para la cocina, trapos, delantales, “vestidos” para los electrodomésticos y gracias a ese trabajo puede mantener mis estudios en la preparatoria (la escuela de los 15 a los 18).