Un día como hoy.
Es un día en que mi destino maternal tiene más peso, tanto peso que lo confundo con una lápida. Me niego a ello.
No ha pasado nada en particular, hoy no. Pero llevo unos días fatales, con muchas cosas encima, la casa está hecha un desmadre, los niños tienen que preparar su disfraz para carnavales, a Bisbirije le pidieron un juguete de cosas recicladas. Empecé las clases el viernes pasado y lo olvidé.
Me voy en julio y la lista de cosas por hacer es tremenda. Trabajos pendientes para entregar en México, tramites que mi madre tiene que iniciar para que yo concluya allá y pueda homologar el título acá. Si no hay homologación aquí no puedo hacer mis exámenes. El síndrome Falzati no me puede dar. (Alzati era un H.P que fue director del CONACYT y era muy exigente con los postulantes a director, después se descubrió que el no era licenciado y que sus estudios en el extranjero los pudo hacer gracias a que no le habían exigido la dichosa homologación, más o menos esa es su historia)
Aquí estoy un una fila de libros de una y otra cosa para hacer deberes escolares, lo cual podría hasta sortear, leyendo en el transporte cuando voy a trabajar, la verdadera falta de tiempo está en pensar, en escribir, en articular un idea, una mínima idea. No creo ni en las musas ni en los golpes de suerte, creo en el trabajo.
Creo que en el fondo me da terror caer en la vida cotidiana de madre o como decía una feminista filósofa, en ser para otros. Lo siento, yo no quiero.
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