lunes, abril 26, 2004

¡Vaya bronca!

Esta semana tiene como impronta la terrible bronca del martes con Señor Cuervo Perfecto, todo empezó, como suele pasar, con una tontería.

Jornadas sobrepuestas, diversos papeles a desempeñar. Fastidiada de pasar todos los días pendiente de otros, de consanguíneos y no. Cansada de no hacer cosas para mí, por ejemplo, leer, cansada de que mi cotidianidad trascurra noche y día en función de los habitantes de mi casa, siempre pendiente de robar horas al sueño para hacer lo que debo hacer, por ejemplo, escribir.

Luego vienen a decir que mi marido “me ayuda” con los niños,

Dice que me quejo de vicio, que él me “ayuda”.
¡cómo!? ¿Desde cuando hacer su 50% de responsabilidad es ayuda?

Gritos, gritos, y yo, como siempre poniendo el llanto.

Me fui de casa, pasé dos noches en otro sitio, tratando de pensar, de serenarme.
Y las cosas que me pasan por la cabeza en esos momentos son las mismas, siempre evaluó si seguir vale la pena. Trato de ver por el calidoscopio y observar si la visión continua siendo bella. Eso solo como pareja, después entran en juego los niños, mi responsabilidad como madre y el derecho que tengo o no de irme.
Claro me pasan soluciones de todo tipo, desde tener una casa cerca de la de su padre, o bien saltar el charco definitivamente, en una y otra, existe la variante de que no sea yo quien se quede con la tutela de los niños.
Suena extraño, estamos tan acostumbrados a creer, desear y designar a la madre como quien debe asumir toda la responsabilidad que otra opción suena casi monstruosa.

Volver a casa significaba entrar a ese ambiente cargado, hosco, silencioso. Si, así fue, llegué predispuesta a enfrentarme con la pregunta más estúpida e inapropiada, dónde estuviste.
Efectivamente, soy excesivamente sensible al cómo y qué se dice, las expresiones nos ubica . Me sentí herida, quería que me preguntarán, por qué me había ido, que mostrarán una disposición al diálogo a confrontar nuestros errores y nuestros aciertos.

Tenía que hablar con Saltimbanqui, tratar de explicarle. Creo que nadie los va a entender como yo, que nadie estará atento a sus pequeños placeres, a saber que los enfada y que los conmueve.

Pero la duda siempre me acecha, y me preguntó si no seré yo quien se pone la trampa
Volvemos a la rutina más agarrotada y al amor un poco más envilecido.