¡Vaya bronca!
Esta semana tiene como impronta la terrible bronca del martes con Señor Cuervo Perfecto, todo empezó, como suele pasar, con una tontería.
Jornadas sobrepuestas, diversos papeles a desempeñar. Fastidiada de pasar todos los días pendiente de otros, de consanguíneos y no. Cansada de no hacer cosas para mí, por ejemplo, leer, cansada de que mi cotidianidad trascurra noche y día en función de los habitantes de mi casa, siempre pendiente de robar horas al sueño para hacer lo que debo hacer, por ejemplo, escribir.
Luego vienen a decir que mi marido “me ayuda” con los niños,
Dice que me quejo de vicio, que él me “ayuda”.
¡cómo!? ¿Desde cuando hacer su 50% de responsabilidad es ayuda?
Gritos, gritos, y yo, como siempre poniendo el llanto.
Me fui de casa, pasé dos noches en otro sitio, tratando de pensar, de serenarme.
Y las cosas que me pasan por la cabeza en esos momentos son las mismas, siempre evaluó si seguir vale la pena. Trato de ver por el calidoscopio y observar si la visión continua siendo bella. Eso solo como pareja, después entran en juego los niños, mi responsabilidad como madre y el derecho que tengo o no de irme.
Claro me pasan soluciones de todo tipo, desde tener una casa cerca de la de su padre, o bien saltar el charco definitivamente, en una y otra, existe la variante de que no sea yo quien se quede con la tutela de los niños.
Suena extraño, estamos tan acostumbrados a creer, desear y designar a la madre como quien debe asumir toda la responsabilidad que otra opción suena casi monstruosa.
Volver a casa significaba entrar a ese ambiente cargado, hosco, silencioso. Si, así fue, llegué predispuesta a enfrentarme con la pregunta más estúpida e inapropiada, dónde estuviste.
Efectivamente, soy excesivamente sensible al cómo y qué se dice, las expresiones nos ubica . Me sentí herida, quería que me preguntarán, por qué me había ido, que mostrarán una disposición al diálogo a confrontar nuestros errores y nuestros aciertos.
Tenía que hablar con Saltimbanqui, tratar de explicarle. Creo que nadie los va a entender como yo, que nadie estará atento a sus pequeños placeres, a saber que los enfada y que los conmueve.
Pero la duda siempre me acecha, y me preguntó si no seré yo quien se pone la trampa
Volvemos a la rutina más agarrotada y al amor un poco más envilecido.
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