sábado, junio 26, 2004

Entre extranjeras me veo.

Vileta, Dana, Andrea y Carol son las cuatro mujeres con las que regularmente me reúno, mi amistad de ellas llegó porque hemos compartido muchas tardes en el parque al cuidado de nuestros hijos.
Vileta es Rusa, Dana Ucraniana, Andrea Argentina y Carol, norteamericana. Nuestro sitio en la realidad de nuestros orígenes dista mucho, nuestros puntos de vista están construidos de formas tan particulares que no deja de sorprenderme.
Escucho sus recuerdos de infancia, describen paisajes que apenas puedo imaginar, escucho hablar de ríos, de estepas, de conejos agrestes que son agresivos, narraciones que detienen su fluidez porque no encuentran suficientes palabras en castellano para describirlas. Así mis hijos escuchan hablar en ruso, en argentino, en inglés y, obviamente, en mexicano. Nuestra lengua franca es el castellano pero a veces también el inglés.

Salvo Andrea, todas iremos a nuestros respectivos países.
Vileta arreglará sus documentos para poder homologar sus estudios, fue profesora universitaria en Moscú. Tanto ella como su marido son poliglotas, ella habla cuatro idiomas y su marido ocho.
Lo que más le desespera de enfrentarse a la burocracia rusa es todo el dinero que le va a costar, no tanto por los precios de los documentos, sino de los múltiples pagos informales que irá haciendo en el camino. La corrupción en Rusia es abrumadora.

Dana va a invertir sus ahorros en comprar a puertas para su casa, está convencida de que el poco tiempo que pase en Ucrania la robaran.
Dice: -todo se sabe, quien entra y quien sale, los que roban apenas se detienen a pensar si tengo que trabajar diez horas todos los días para vivir aquí para ahorrar y poder hacer arreglos en mi casa.

Dana tiene callos en las manos por eso la palma de sus manos tiene un color amarillento. Su piel es blanquísima con un leve tono rosa en las mejillas, una piel delicada que nada tiene ver con sus manos, la alegría y serenidad que transmite apenas permite percibir sus agotadores días.

Andrea no puede ir a Argentina, tiene siete hijos, imposible siquiera pensarlo. Por las mañanas trabaja limpiando casas o planchando, mientras los niños va a la escuela. Por las noches, cuando los niños duermen, ella aprovecha para planchar la ropa de su casa, a veces termina a las dos de la mañana. El horario de su marido no es mejor, él es fontanero (plomero) pero acá trabaja cuidando un “multipléjico” por las mañanas y por las tardes atendiendo un chiringuito (changarro) de helados. Nueve bocas y un alquiler de casa son suficientes para estar agobiados todos los días. Cruz Roja y Cáritas les dan natillas y galletas, también algo de ropa, pero nunca es suficiente. Un pantalón pasa de niño en niño, hasta reconvertirse en pantalón corto o terminar hecho jirones.

Carol tiene dos niños, de edades similares a las de mis hijos, ella y su marido son profesores de inglés. Está contenta de estar en España, dice que visto con demasiada crudeza la estupidez de su presidente, allá lo intuía pero aquí ha sido descarnado. Dice que ya nos contará a nuestro regreso cómo está Carolina del Norte.

Hablamos de nuestros hijos, pero mucho más de nuestros países, mucho de política nacional e internacional, ponemos nuestros recuerdos en vilo, quizá porque al contarlos aún buscamos explicarnos muchas cosas a nosotras mismas.