La naturaleza de las mujeres
En dos ocasiones me he encontrado con la disyuntiva de “chivavarme o no sobre una infidelidad.
La primera era la de mi jefe en el hotel dónde trabajaba. Un día su mujer, Mariana, me llamó para pedirme información, salimos a comer, la vi llorar, contarme detalles de la infidelidad que yo no conocía, detalles de la vida de la amante, a mi solo me necesitaba para confirmar si el marido llevaba a la amante al hotel que regenteaba. También la ví decidida a fraguarse otro destino al lado de su hijo y lejos del traidor.
Mi jefe se enteró y, como es obvio, me despidió.
¿Me arrepiento? No, creo que hice lo correcto, aunque lo mío solo fuera asentir a sospechas más que confirmadas. Es sinsabor que me quedó es que después de tanta supuesta humillación, Mariana volvió con él y tuvo otro hijo.
El primo del jefe me contó (en ese tiempo salía con él) que después descubrieron que no fui yo quien soltó la lengua, encontraron el diario de Mariana que había sido su madre, la encargada de otro hotel, pertenencia de la familia, donde el muy cabrón llevaba a su amante. La suegra les daba las llaves de la habitación.
La segunda ocasión, fue bastante más complicada, mi amigo hizo un viaje de México a Washington e hizo una escala en Sao Paulo, dos semanas antes mi amiga le había perdonado la “infidelidad” con la misma mujer, lo había descubierto por los mensajes de correo electrónico.
Yo sabía lo de la escala y me lo callé hasta que me enteré que media docena de gente más lo sabía. Ese fue el factor determinante, que el bocazas contaba sus aventuras con una chulería insoportable, a los que no eran amigos de su mujer y a los que lo éramos. A ella también le influyó eso, la humillación, de otra forma hubiera seguido con él.
A veces me arrepiento, mi amiga dice que hice bien pese al intenso dolor que le provoqué, su luto duró mucho tiempo. Ahora está bien.
<< Home