sábado, enero 31, 2004

Aquella mitad de mi tiempo. (Javier Marías)

[...] No importa, la extrañeza sentida viene dada seguramente porque vientiséis años, y además los primeros, son bastante para que uno vea a su madre como alguien tan permanente y natural como el aire, alguien a quien se ve por descontado y a quien por tanto no se hace demasiado caso, a quien cuesta imgainar como persona autónoma y "anterior", con su porpia biográfia independiente del vinculo que lo une a ella: como si la única función o misión de esa mujer hubiera sido la de ser madre de uno y de sus hermanos. Así suelen ser las cosas, así de lentas y ensimismadas son la niñez y la juventud, que tardan demasiado en ver más allá y en preguntarse por quienes están muy cerca y casi siempre de nuestra parte, dispuestos a echar una mano y a preocuparse casi agobiantemente por nuestros siempre vacilentes pasos. Es sólo en la edad adulta cuanto uno "libera" a esas figuras, paterna y materna, y empieza a mirar quiénes son o quiénes fueron, porque en realidad nadie puede ser reducido a haber sido tan sólo progenitor de sus vástagos.

Tomado del EL País Semanal (Edición España) núm. 1423 Domingo 14 de enero 2004.