domingo, abril 11, 2004

Correspondencia ajena.

Reeleo las Caras de Rosario Castellanos a Ricardo Guerra, y me da mucha tristeza. Demasiado amor, entereza y fragilidad. ¿Él habrá entendido? Cuando lee a Heidegger, por ejemplo, ¿el recuerdo de Rosario surgirá entre las páginas?. Tal vez es una pregunta estúpida, y tal vez injusta, qué sabemos nosotros de sus recuerdos y de sus amores.

De nuestra admiradísima Rosario queda constancia de ese amor profundo, único; de su empecinamiento en ser escritora, de su disciplina.
Rosario Castellanos no construye un personaje, reconstruye su recuerdos, remarca sus debilidades, cae al abismo de los celos y la nula autoestima, pero Rosario es un Ave Fénix.

Me gustan estas cartas, a diferencia de la correspondencia de Miller y Nin, donde uno y otro juegan con su imagen y con la imagen que el otro construye de cada uno, donde se complacen en sus erotomanías y hedonismos. Todo el tiempo hablan. En la corresponencia de Rosario hay un silencio que abruma y desespera. Su amor y el constante "eres tú" no indica nada del interlocutor, porque lo hay, eso cree Rosario, eso creemos los lectores.

Hay otra correspondencia que aún no me atrevo siquiera a mirar, la de Jean Paul y Simone, dicen que hay mucha miseria, soberbia y prepotencia. No lo sé, por el momento me quedó con sus obras.