miércoles, mayo 19, 2004

Intento fallido.

Sus piernas ya no sirven, no la sostienen y el tiempo en cama le dibuja llagas, igual que hace cincuenta y tres años, cuando tuvo su primer parto cuando su familia la ató de los brazos y la dejo en un péndulo de dolor. Ahora sé que no se repondrá que no le importa, ni el olor penetrante de la orina impregnado su habitación, ni los enojos de sus hijas. Cada día, cuando es necesario moverla para bañarla, ella se enoja, nunca más quiere tener en cuerpo en otra posición que no sea la horizontal, no importa si su colchón se ha cubierto de excrecencias, se deja morir, deja su cuerpo abandonado. No quiere vivir, es muy claro, ahora solo le queda espera, porque la única vez que se atrevió a intentar suicidarse, no lo logro, se aventó del cuarto piso y cayó sobre unos arbustos.
El traumatólogo dijo que fue una suerte que solo se rompiera una la pierna; visitas al psiquiatra, primero dos veces por semana, luego dos al mes y finalmente un antidepresivo todos los días, y las burlas de la familia.
–Ay abuela, ¿ cómo se te ocurre querer suicidarte a los setenta años.?
Mientras más anónimo es un suicida más enaltece su acto, no tratan de llamar la atención, no dejan cartas, no se despiden; se levantaron, desayunaron, quizá trabajaron pero al final del día o de la noche se esfumaron. Pero aún los más discretos siempre heredan la duda de su acción, los cómo y los por qué, preguntas en las que nadie quiere estar involucrado. Que la muerte el prójimo no te roce. Es evadir cualquier tipo de responsabilidad.