Carta al Rector de la Universiad de la Ciudad de México.
Carta enviada por Multipack (mensajería y paquetería), el 27 de noviembre de 2004 al rector de la Universidad de la Ciudad de México, Ingeniero Manuel Pérez Rocha, a la calle: Fray Servando Teresa de Mier 92, Colonia Centro, Ciudad de México
México D. F., 26 de noviembre de 2004
Estimado Señor Rector:
Decidí escribirle una carta al pedagogo que hace cuatro años me invitó a sumarme a un proyecto educativo alternativo, constructivista y democrático que preveía la libertad como supuesto para afianzar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Una carta que me gustaría compartir con mis colegas docentes.
Estoy muy enojada con lo que está sucediendo en la UCM, quizá tanto como Usted lo está conmigo.
Estoy enojada porque usted no ve que de nuestra práctica educativa ha desaparecido la flexibilidad curricular, el equilibrio entre la formación teórica y práctica y ha disminuido sensiblemente la libertad de cátedra y la interdisciplinariedad. La causa principal es el control que las personas, que usted nombró para desempeñar cargos a un nivel administrativo inmediatamente inferior al suyo, ejercen de manera coercitiva contra las y los docentes que analizamos nuestra relación con el estudiantado, no nos desligamos de una investigación personal (entendida como práctica) y la fomentamos entre nuestros estudiantes. Estas personas son las que están destruyendo la idea de una casa de enseñanza, aprendizaje y crecimiento de la cultura compartidos, porque sólo hacen lo que quieren. Y lo que quieren es ejercer el poder de mando.
Yo estoy enojada por lo que le están haciendo esos “mandos” medios a la universidad que fundamos entre todos. La UCM en un inicio fue su proyecto, al que nos invitó a sumarnos y a transformar con nuestros aportes.
No entiendo si usted está enterado de que quien quiere ejercer su poder en la UCM agita una necesidad que acaba de inventar, para desbaratar el trabajo colectivo de quienes -en su idea, la de usted y con la que estuvimos de acuerdo todos- deberían ser colegas y no subordinados.
Tampoco entiendo si usted está detrás de esta voluntad de poder o si estos funcionarios desligados del diálogo y del quehacer académico están desconociendo tanto los documentos fundacionales de la universidad como la voluntad colectiva, surgida del proyecto mismo, que se expresa en el trabajo colegiado.
No quiero dar nombres, pero en las coordinaciones de planteles, en la coordinación de academia y en las coordinaciones de otras instancias se ha venido construyendo una superburocracia del cargo, que se emplea de forma arbitraria, y se usa para desbaratar, y no para apoyar, los planes de trabajo y de enseñanza que nacen y se fortalecen en el seno de la comunidad.
Se trata de una superburocracia que hostiga a todos los docentes que tienen una vida intelectual reconocida (¿envidia, miedo, desprecio?), que se aboca a la tarea de separar a la comunidad estudiantil de la comunidad docente mediante un juego de descalificaciones gracias al cual el burócrata se convierte en el único garante de los derechos de los estudiantes (¿populismo maoísta?), y, finalmente, que define de manera reduccionista e impositiva lo que es y debe ser el trabajo académico.
No doy nombres porque no son los señores Riquer, Delgado, Modonesi o Santillana, sino su “cargo” aquello que los posibilita para no acatar las decisiones, demandas y recomendaciones del conjunto de la universidad. Prueba de ello es que el maestro Gomezcésar fue un despótico coordinador, pero es un excelente colega en el trabajo de difusión del conocimiento y construcción de una identidad social informada, trabajo que considero fundamental para una universidad. Dejado el cargo que le permitía no ver, no oír y, por lo tanto, desconocer, se convirtió en un miembro respetable de la comunidad. No obstante, se mantuvo la organización del Ciclo Básico que impuso, y que ha convertido ese año y medio de estudio en una serie de asignaturas fijas, sin libertad ni posibilidad de acceder a rutas epistémicas personalizadas.
En la UCM, a las y los académicos se nos trata como profesores de asignatura bien pagados, y no como a personas que enfrentan la compleja tarea de coordinar sus tareas docentes con la necesidad intelectual y social de crecer y difundir el conocimiento, y con la revisión colegiada de los trabajos académicos todos. Compleja tarea académica por la que no es cierto que somos bien pagados.
Acerca de la definición del trabajo académico, la actitud de los coordinadores descansa y se aprovecha del titubeo del rector para aceptar que una universidad no puede ser tal si no es un espacio de investigación. Esa indefinición –que entiendo que en su momento naciera del miedo de convertirnos en una universidad como la UNAM donde sólo dan clases los académicos de más bajo nivel, aquellos que no están adscrito a un proyecto de investigación (visión de la UNAM un tanto sesgada, por cierto)-, pues esa indefinición es la que permite a un coordinador de plantel exigir ocho horas presenciales a creadores, investigadores y difusores de la cultura, que ya cumplen con sus clases, asesorías y tutorías, en nombre de un “contrato” que no se sabe qué es y que, de ser lo que este coordinador dice, ningún académico digno de ese nombre firmaría.
Hay mucha rabia entre los y las docentes de la UCM, rabia que es fruto de la tristeza, los mensajes contradictorios sobre planes, programas y evaluaciones de una y otra coordinación, y la traición a una idea de educación, así como a muchos años de trabajo en las universidades públicas de este país para definir las funciones del personal académico. Rabia que es hija directa del desconocimiento del trabajo colegiado e individual de todos nosotras.
Pero además hay una furia alimentada, crecida a voluntad, a golpes de imposiciones, desacreditaciones, controles policiales y acusaciones, en fin de hostigamiento laboral. Esta redunda en la obligación de repetir una y otra vez qué hacemos, dónde lo hacemos, a qué horas lo hacemos como si la UCM fuera un sistema carcelario o policial con derecho de acoso a sus presos (léase sus académicos).
No es posible que después de cada periodo vacacional se abra un periodo de fabricación sistemática de estrés. En este periodo esos “mandos” medios se dedican a negar el trabajo desempeñado por las instancias colegiadas: se desconocen horarios, programas, tiempos de investigación, didácticas personalizadas y se agigantan las necesidades de una certificación, complicada hasta grados absurdos. Este periodo “intermedio” nos conduce a clases más cansados que a finales del periodo de clases anterior. Esto tiene un impacto negativo frente al grupo en clases.
Le voy a dar un ejemplo personal de cómo funciona la “táctica de desconocimiento”. Entre mis investigaciones registradas en la UCM, hay algunas que han llegado a un producto terminado (Ideas feministas latinoamericanas), otras que han entrado en una segunda etapa (el taller de historia universal con niños de primarias para ver si la narración de la historia influye sobre la construcción de una identidad no xenófoba ni sexista), y otra que avanza sistemática aunque lentamente, y que involucra a otro profesor de la UCM (Mario Rojas), a un equipo de dos traductores y a un doctorando de la Universidad A Coruña. Esta investigación es una traducción en contexto de cuatro muy complicados y muy importantes libros de historia de la historiografía moderna y la he registrado todos los semestres desde hace tres años. La traducción del primer libro nos llevó casi dos años porque no sabíamos qué lenguaje y qué métodos debíamos usar para hacer de estos libros un texto de consulta para el estudiantado mexicano. Durante un semestre las y los estudiantes de mi curso de Historiografía Moderna leyeron un capítulo para decirnos hacia dónde avanzar. Ahora tenemos listos para una revisión editorial el primero y segundo libro, hemos traducido la mitad del cuarto y la primera parte del tercero. El equipo de traducción tiene casi amarrado un compromiso de coedición con Siglo XXI y con la UNAM, y en la UAM me urgen para terminar la traducción. A pesar de ello, la señora Riquer decidió que yo “traduzco” por fuera de la UCM y que eso implica que yo no trabajo de tiempo completo para nuestra universidad.
Usted es un ingeniero que se ha abocado a los estudios de pedagogía, yo soy una historiadora de las ideas que escribe literatura. Nunca he querido vivir de becas para escritores porque siempre he pensado que si a una campesina no la becan para sembrar, por qué a mi me deberían becar para escribir. De tal manera, y no vendiendo lo suficiente para mantenerme, siempre he escrito mientras trabajaba en otras cosas (enseñanza, periodismo); en este momento tengo dos novelas que no puedo terminar por las presiones y el malestar laboral que vienen directamente de los “mandos” intermedios de la UCM.
Asimismo, me sorprende de mí misma que habiendo trabajado en casi todos los ambientes posibles, nunca había sido considerada una persona conflictiva. En la UCM, los dobles mensajes acerca de cada una de las funciones, las consideraciones, las responsabilidades (y también las vacaciones, las descargas, el derecho a la investigación) de las y los académicos me han llevado a responder a los gritos a las arbitrariedades que éstos fomentan. Los dobles mensajes desquician ¿lo recuerda? Entonces ¿cómo es posible que se hayan convertido en la forma constante de emisión informativa entre los “mandos” medios y las y los académicos, así como entre las ideas de una educación constructivista y libre y las imposiciones del sistema de certificación? (¿Sabía usted que las y los estudiantes están muy enojados porque la no aprobación se considera equivalente a un cero y se promedia?)
Hay muchas más cosas de las que quisiera hablar con el rector de la Universidad de la Ciudad de México a la que pertenezco, pero la verdad es que ya sólo me siento académica cuando estoy en clase o en las reuniones colegiadas para fundar el Consejo General Interno, donde revivo las motivaciones que me llevaron a esta universidad. Ojalá, usted también se dé cuenta de que es hora de refundar colegiada y constructivamente nuestra casa, que es –debe ser- a la vez universidad de los estudios y de los estudiantes.
Trabaje para que no sean el enojo y la rabia los sentimientos que priman en nuestra comunidad; sé bien que son sentimientos que enceguecen e impiden reivindicar los derechos que los académicos nos merecemos, pero también me es claro quién los fomenta, y con qué métodos, para el exclusivo beneficio del ejercicio del poder. En la efervescencia de la rabia hemos olvidado cosas fundamentales como el respeto a los otros; por ello dejamos de tener relaciones cordiales en el trabajo y tendemos a burocratizarnos para no entrar en la dinámica emocional que tanto nos lastima.
Con el aprecio que todavía le siento, me despido cordialmente
Francesca Isabella Gargallo di Castel Lentini Celentani
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