Luis y Jaime
Hace años, cuando tenía veinte años, salía un hombre de 36.
Luis era compañero en la facultad de una de mis tías, así que ella lo conocía muy bien. En cuando se enteró de esa relación, puso el grito en el cielo, no sabes cómo es, mujeriego y drogadicto.
Ni lo uno ni lo otro, pero tampoco me interesaba.
Recuerdo que me acerque y le dije: Sabes, me gustas mucho y lo que más deseo es que me beses. ¿estás segura? Pregunta absurda.
Nunca fuimos pareja, éramos buenos amigos, nos reuniamos a charlar, fumar y follar. Salíamos a caminar por el Parque Hundido, allá en el D.F, los tres, él, yo y Sultán, un perro afgano precioso.
Teníamos otras relaciones pero al final volvíamos a ese epicentro tranquilo. No, nunca nos enamoramos, pero nos amábamos.
Luis tenía tres hermanos, uno de ellos su gemelo, Jaime.
Solo se distinguían por la voz y por los besos. Yo que conocía a Luis tan bien me confundía. El mismo pelo crespo, la mirada a veces torva, a veces turbia, ambos tenían cierta esquizofrenia.
En una de nuestras largas y necesarias separaciones le llame, me contesto otro de sus hermanos,
-No puede hablar ahora, llama en unos días.
Escuché a Luis gritar, déjame hablar, quién es, me tienen secuestrado.
De repente escuché su respiración agitada, y que decía, déjalo así.
- ¿Luis?
- Eres tú, qué bueno que hablas.
- ¿qué pasa?
- Jaime se mató, lo llevaron al hospital y como no quería quedarse se escapó y se cayó del tercer piso. Está muerto.
No me dejan verlo, me tienen amarrado; tengo los brazos vendados al cuerpo, ahora mismo tengo el teléfono entre el hombro y la cabeza.
- ¿quién te tiene amarrado?
- Mis otros hermanos, dicen que puedo hacer locuras.
- ¿quieres que vaya a verte...?
Su hermano le quitó el teléfono y habló conmigo,
-No puedes ni debes venir. Luis está mal, muy mal.
Ya te llamaré yo.
La esperada llamada, quince día después: Luis tenia una recaída, pasaría una temporada en el hospital psiquiátrico de San Fernando, Tlalpan.
Dos meses después de esta llamada, a media mañana, escuché la voz de Luis.
-Estoy fuera, ven a casa.
Fui, y durante un breve periodo nuestra vida siguió igual.
Un día me dijo que la mujer de quien estaba enamorado le pidió que me no me viera; para esas fechas dejar de follar había sido natural, no teníamos ningún vinculo especial con el cuerpo apasionado del otro.
El tiempo todo lo cura, también los celos y la desconfianza, alguna vez fui a su casa a comer. Luis y yo guardamos silencio sobre esos objetos míos que decoran su a casa. Nuestra única complicidad, la amistad.
Luis y Mariana estarán en mi casa el próximo fin de semana.
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