viernes, enero 27, 2006

Un día en metro

Hace años, un poeta defeño “indie”, Moisés García, escribió un cantar la Ciudad de México, precioso. Su texto tenía como hilo conductor la línea de metro que va de Tasqueña a Cuatro Caminos, recontaba la historia de esta ciudad.
Un texto que podíamos leer en un libro cuya edición constaba de cien ejemplares. Esos cien libros fueron hechos a mano, letra a letra escritos por él, también cortó el papel y encuadernó. Un proyecto de varios años y mucho esfuerzo, para realizar cada parte del proyecto estudió caligrafía, encuadernación, y hasta formas de conservar papel, también había comprado rollos de papel. Ese proyecto se complementaba con su trabajo, la parte trasera de su casa era una escuela taller, una escuela de alfabetización al puro estilo de Freire. Parte de esa motivación era él mismo, aprendió a leer con catorce años.
En otra época, antes de que yo lo conociera, él y Dulce, declamaban poemas en el metro. Ella ahora hace libros artesanales y tiene su taller allá por Coyoacán.

Ahora nos subimos al metro y los vendedores ambulantes de dan maña para subir aun en los vagones más hacinados.
La primera impresión que puedes tener es que este es un país de melómanos, desde los nostálgicos del rock and roll de los sesenta y setenta, hasta la onda grupera y perra de moda. Cuántas veces no nos descubrimos tarareando esas baladas de bajo perfil. Que tire la primera piedra quien no sepa quien canta esta estrofa “…se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas, el amor acaba”.
Como saben, la venta está prohibida, de ahí que los vendedores, disfracen su producto en mochilas escolares, o bolsas negras. Llaveros, cancioneros, recetarios, manuales de matemáticas, español, horóscopos, lámparas, chicles, galletas, chocolates, etc. Etc. Etc.
No dejan de sorprenderme cuando sacan su reproductor de dvd portátil y nos ofrecen la posibilidad de ver a Heidi, Candy, Beatles en concierto.

Los renglones torcidos de Dios se hacen cuerpo en las bocas del metro. En la entrada de metro sin necesidad de mostrar los falsos informes médicos, un señor muestra un edema enorme en la pierna y si no me equívoco principios de gangrena, era mirar y sentir que en cualquier momento percibirías el olor de su putrefacción. Gordo, mala circulación y probablemente diabético. Su pierna intimidaba. Pensé, este señor ahora pide limosna, qué hará cuando le corten la pierna. Era difícil no pensarlo, ahí, expuesto al sol, al polvo y ese humo negro que a cada rato los microbuses van dejando.

Las terminales de metro invadidas por el comercio informal, al principio es difícil no “entrar” por error a un puesto de tacos o de papas fritas, al principio es difícil acostumbrar al estruendo de CD piratas o clonados.