miércoles, noviembre 30, 2005

Las Glorias.

Madre e hija tenían el mismo nombre, las conocí cuando tenía dieciocho años, ellas eran recamareras y yo estaba en la recepción, trabajábamos en un hotel de paso, sin estrellas, en Azcapotzalco, cerca del metro Camarones.

De las ocho de la mañana a las tres de la tarde, su trabajo consistía limpiar las habitaciones que para medio día ya tendrían un par de alquileres, muy pocas parejas se quedaban a dormir y nosotros –las órdenes son órdenes- no aceptábamos pasajeros en tránsito y de ninguna manera a personas solas, un suicidio nos escarmentó.
La señora Gloria tendría unos cuarenta y cinco años, tal vez menos, pero mal llevados, estaba muy avejentada, la primera vez que me sonrió me impresionó su sonrisa hueca, mostrando la babosa que parecía ser su lengua que se asomaba entre dos colmillos amarillentos. El pelo largo, entrecano y de puntas amarillentas. Muchos días compartieron su comida conmigo, la mayoría de ellos consistió en vísceras de pollo, y otros, los menos, de carne de tercera, ellas fueron quienes me dijeron que así se denominaba.
La señora se había hecho cargo por completo de su familia, cuando su marido no volvió a casa, ella me contaba que el señor sufría episodios de amnesia y creía que tal vez ya no supo volver a su casa. Era una mujer alegre, risueña, aunque a veces se notaba el cansancio de esa vida sin tranquilidad.
Gloria, la hija, tenía mi edad, era regordeta y lo que aquí llamamos “guera de rancho” es decir, rubia, tez blanca pero con cierto aire pueblerino.
Gloria era novia de Tiburcio, el primo del otro recepcionista, un día llegó a contarme que el muy desgraciado la llevó al baile con la incombustible promesa de amor, con la petición de la no menos incombustible “prueba de amor”. Con tan mala suerte y tal tino que la niña salió embarazada de la única relación, la desvirgadora. Mi salida de ahí coincidió con esto último, varios meses después fui a visitarlas, ante el temor de ser despedida, ocultó su embarazo, su complexión robusta favoreció a que pasara desapercibido.
El parto tenía que coincidir con la semana de vacaciones, la madre calculo con más acierto las fechas de parto, en cuando salieron de vacaciones la puso a caminar horas y horas para acelerar el proceso, así fue, el niño nació en el período vacacional.
Los primeros meses pasaban al niño dentro de una maleta de deporte, como las que se usan para las raquetas de tenis. El llanto del niño no llamaba la atención pues es habitual que los amantes furtivos lleven a sus hijos, los encierren en el baño o los dejen en estacionamiento, dentro del coche, ya se podrán imaginar el grado de amor que esos quince o treinta minutos pueden dar.
La madre, estaba aún más canosa, más agotada, tenía que trabajar a destajo para cubrir los tiempos muertos de su hija.El padre ya no quiso saber más, se fue con la prueba de amor.