lunes, enero 22, 2007

Una pesadilla antes de ir a Madrid.

Una de las noches que antecedieron mi decisión de ir a Madrid (la deuda que adquiría y dónde dormir con los niños eran las preocupaciones) tuve una pesadilla bastante fea.
Una noche oscura de esas sin luna ni estrellas ni nubes.
Caminaba en un pueblo enclavado en una colina, yo subía en compañía de Angela una pediatra a quien conozco.

Un pueblo lleno de silencio.
Legaba al final de una calle que hacia esquina en escuadra.
Ni la oscuridad ni el silencio me dieron miedo hasta que llegué a esa esquina y escuchamos un ladrido sonoro, vibrante, con eco, tenebroso.
Vi correr dos doberman anormalmente grandes, perseguían un gato, una ardilla, algún animal de esas dimensiones.
Los veía perseguir con furia babeante y ansia no asesina sino torturadora.

Imaginé en mi sueño que los perros devoraban a su presa pero insatisfechos se lanzarían sobre nosotras.

Le conté a Angela lo que nos sucedería, no la veía pero la sentía y la escuchaba, su voz era tranqulizadora pero buscaba la forma de alejarnos.
Al dar vuelta a la equina fue cuando descubrí la forma de cuchillo, una esquina breve y luego una calle cuesta abajo, oscura, sin un final perceptible.
Los ladridos seguían retumbando en el cerro, los perros pasaban junto a nosotras pero su atención estaba puesta en esa presa ágil.
Empezamos a descender.
Pero no deje de sentir esa sensación de peligro.