El y ella.
Ella y él se miran, saben que el otro tiene un vuelco en el corazón, lo delatan las miradas huidizas, lo delatan esos movimientos que juegan a evitar todo rozamiento.
Ella y él se desean, no como los primeros tiempos sino con ese deseo construido a través de los años, de confianza absoluta para soñar, fantasear y concretar con el otro esas pulsiones llamadas fantasías.
Ahora el pudor vuelve a escena, ella, para ducharse, pone seguro a la puerta del baño. Él toca la puerta de la habitación para entrar.
Ella y él, han decidido alejarse, han puesto ocho mil kilómetros, pero las distancias son engañosas. Es extraño levantarse y abrir la puerta para que los niños desayunen dos calles más allá. Pero ahora ellos no importan. Solo ella y él. No se engañe nadie no juegan la danza de la reconciliación.
Ella y él se desean, no como los primeros tiempos sino con ese deseo construido a través de los años, de confianza absoluta para soñar, fantasear y concretar con el otro esas pulsiones llamadas fantasías.
Ahora el pudor vuelve a escena, ella, para ducharse, pone seguro a la puerta del baño. Él toca la puerta de la habitación para entrar.
Ella y él, han decidido alejarse, han puesto ocho mil kilómetros, pero las distancias son engañosas. Es extraño levantarse y abrir la puerta para que los niños desayunen dos calles más allá. Pero ahora ellos no importan. Solo ella y él. No se engañe nadie no juegan la danza de la reconciliación.
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