domingo, septiembre 18, 2005

Fasto-nefasto-fasto.

Encerrada en cuatro paredes, cautiva de los desacuerdos, esquivando insultos y chocando contra unos oídos tapiados. Encerrada para evitar afrentas.

Salía a prepararme la comida -fast food- casi siempre ensalada de lechuga, germinado de alfalfa, una lata de anchoas, aguacate, aliño de limón y chile piquin, marca Chac Mol.

Algunos días el enfado era tan grande que ni siquiera comía. Quince horas sin alimento metalizan el aliento. Monedas viejas, esa era la imagen a la que mi aliento remitía, el olor de la grasa que se quema cuando nuestro cuerpo no tiene alimento y quema sus reservas. El cuerpo es como una vela, se autoconsume para ir lamiendo vida. En este caso, un hambre frivolizada pues nada tuvo que ver con la hambruna o inanición.

Dormía mucho.
La muerte llega antes por la falta de sueño que por la falta de comida. Ha de ser cierto, vemos por televisión a esos niños en la agonía lenta por el hambre, retrasada por ese sopor, custodiado por moscas prestas a posarse en los ojos lagañosos.

Hace un par de meses había planes, una vida en común, hasta plazos para tener más hijos o hijas.
Todo se desmorono al saber que nuestra vida legal se regía bajo el término “bienes gananciales” lo que en México se llama “bienes mancomunados”. Surgió el síndrome de Michel Douglas. Síndrome que mi humor negro y mi alerta de sobrevivencia puso nombre a esa reacción, al fin al cabo he aprendido la sentencia poética: “la palabra cura”.
Pasamos de la cumbre amorosa al agujero negro del odio y de los reproches.
Pasé del pedestal de la amada, a la lapidación del desencanto.
Siete semanas, fortificando mis corazas, la coraza a mis emociones para no llorar. La coraza a mi raciocinio para escribir lo que debía escribir. Aquel trabajo que debía entregar en la universidad.

Mi gran duda, otra vez, cuál era el camino correcto que debía seguir. Todo camino entraña riesgos, ahí está el camino amarillo.

Estaba en la puta calle, sin medios para volver,
En un arrebato a vender lo vendible.

Sin mucho dolor le dije adiós a mis colecciones de libros.

Adiós
Dante ( ilustrado por Barceló)
Adiós
Las mil y una noches.
Adiós,
Cervantes, Quevedo, Calderón
Adiós
Dostoviesky y Tostoi
Adiós
Rulfo y las veinte lenguas que han nombrado “Pedro Páramo”.
Adiós
George Duby.

De la palabra escrita a la palabra cantada. De Björk a Vivaldi, un cortejo ecléctico de jazz, blues, rocanrolles e indies. (reitero, cortejo)

Yo que nunca he tenido móvil-celullar, también dije adiós a mí MP3 de última generación.

Los que están siempre en el ojo del huracán estaban a cuatrocientos kilómetros, al lado de sus abuelos, como cada verano.

¿Qué se hace para no enloquecer?
Yo, consultas, notas, chocando el banco de la página, contra el blanco de mi mente por si acaso salía alguna chispa.
Trataba de seguir a Vladimir Propp, por si fuera poco, un sarcasmo, mis lecturas de Lucie Irigaray.
Lo peor es perder no poder ubicar cuál es problema, ahí nos atacamos por minucias, por detalles, por el oropel.
Es como si estuviéramos en un huracán, girando y encontrándonos para chocar, una y otra vez, sin posibilidad de encontrar el punto de calma